Cuestionando el crecimiento en casa

Los países ricos están hablando de decrecimiento. De a poco, tímidamente, todavía en las periferias del debate público, pero la idea ya está circulando en todos las conversaciones de contingencia política al menos en la izquierda. En Reino Unido, el golpe mediático de Extinction Rebellion ha puesto a todos los think tanks a diseñar cómo hacer la transición a una economía carbono neutral para 2040, o mejor, para 2030 (la petición de XR es para 2025). El punto crítico ha sido qué tan compatible es hacer esta transición manteniendo las tasas de crecimiento económico a un 3% ⸺la meta estándar en países como Reino Unido⸺ ya que toda la evidencia existente muestra una estrecha relación entre incremento en actividad económica y mayor uso de materiales. La consecuencia no es sólo mayor emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera, sino también un incremento en la demanda de recursos desde ecosistemas cada vez más colapsados. Y todos los límites planetarios de los que depende la compleja biodiversidad de nuestro planeta están abasteciéndonos de agua, comida, minerales, y energía a tasas excesivas que no permiten la regeneración.

El “Sur Global” aparece en las conversaciones para hablar de justicia y solidaridad internacional: lo que hagan los países ricos para decrecer su huella ecológica tiene que dar “espacio” a los países que dependen de generar actividad económica para mejorar las condiciones materiales de su población. No es que no haya pobreza en Reino Unido, pero existe una convicción de que, siendo uno de los países más ricos del planeta, se puede hacer un esfuerzo para mejorar la calidad de vida mediante redistribución y no crecimiento. También existe un reconocimiento de que esta transición no puede construirse sobre relaciones de explotación y saqueo de otros territorios —vale decir, lo que hizo posible la revolución industrial en Europa durante el período colonial.

¿Qué significa esto en un país como Chile? Casi sin darse cuenta, incluso los discursos más radicales sobre decrecimiento en el Norte Global reproducen la idea de que esta es una medida que debe ser tomada cuando un cierto nivel de “desarrollo” ha sido alcanzado. Y que es el rol de los países ricos abrir el camino a la “siguiente” etapa. Creo que esta perspectiva es insuficiente para enfrentar adecuadamente la catástrofe ambiental que estamos viviendo. La filosofía que motiva la discusión sobre decrecimiento es que necesitamos con urgencia disminuir la cantidad de input material que nuestras economías requieren para mantenerse funcionando. Poner el peso de empezar a diseñar ese futuro a economías que se consolidaron y enriquecieron en el siglo del combustible barato (vale decir, petróleo y derivados) es condenar al resto de nosotros a repetir los mismos errores.

Es difícil evitar la tentación de relegar la discusión sobre decrecimiento a un puñado de países ricos. Después de todo, llevan el peso de la responsabilidad histórica por gran parte del CO2 que circula por nuestra atmósfera. Pero los obstáculos a los que se enfrentan, ahora que urge dejar atrás los combustibles fósiles, dejan en evidencia lo errado que sería pensar así. Uno de los principales problemas que emergen en las discusiones sobre lograr una rápida transición es la idea de efecto ‘lock in’. Esto quiere decir que llevamos tanto tiempo invirtiendo en infraestructura que depende de combustibles fósiles que ahora que las energías renovables son por lejos más baratas, dejar de usarlos es muy difícil. Es lo que pasa cuando nuestras ciudades dependen del auto, por ejemplo. Hemos ido construyendo una economía cuya estabilidad depende de un aumento constante en el consumo ⸺muchas veces de cosas inútiles, innecesarias, de uso y desecho rápido. No sólo cómo nos movemos durante el día: la comida que comemos ⸺que viene muchas veces de miles de kilómetros⸺ o cómo calefaccionamos nuestras casas, todo depende de tener combustible fósil barato disponible. Y ya sabemos qué pasa cuando se intenta “corregir” esta addicción con medidas superficiales como impuestos: los que más sufren son los más pobres (basta ver lo que sucedió con los chalecos amarillos en Francia).

Necesitamos hablar de decrecimiento en casa. Es fácil apuntar a otros. Decrecimiento no es algo que hace sentido sólo después de cierto punto ⸺y aunque hubiera un punto, Chile ya está más allá del momento en el que un dólar extra de nuestro PIB contribuye significativamente al aumento del bienestar de la población. Ignorar la pregunta hasta el eterno horizonte del ‘desarrollo’ nos hará repetir los errores de los que ahora los países más ricos se están dando cuenta. No podemos permitirnos pagar ese precio. Con cada oportunidad que dejamos pasar para tener una vida menos dependiente y derrochadora de energía; con cada Mina Invierno que se aprueba o comienza a funcionar; dejamos pasar la oportunidad de hacer una transición profunda, justa y a tiempo. Ya tenemos la para dar una buena calidad de vida para todos. Es hora que empecemos a pensar en cómo sobrevivir a la sexta extinción masiva; que hablemos de poder y redistribución; de la una vida con lo suficiente; donde la estabilidad política y económica no dependa de empujarnos entre nosotros a consumir más y más cada año. El premio será simplemente que nuestro planeta siga siendo habitable.

Hablar de decrecimiento no significa “apagar todo” mañana. Tampoco significa dejar de construir una escuela o un hospital cuando los necesitemos. Significa rediseñar nuestra economía y nuestra forma de vida para que podamos tener lo suficiente para vivir bien, y tener alguna chance de sobrevivir la deblace ambiental. Es hora de superar la miopía de la ortodoxia económica y traer la discusión sobre decrececimiento a casa.

Por Gabriela Cabaña

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