Glaciares o el miedo

Instalación de Olafur Elliason

En la ciudad de Santiago, los glaciares se ven hasta en la micro. El glaciar El Plomo por ejemplo, puede verse incluso desde el centro si se busca el ángulo preciso. ¿En cuántos lugares del mundo pueden verse glaciares entremedio de semáforos? En Chile, paradójicamente, cuando se habla de un glaciar, aún se piensa en exploraciones con pelos de foca o de lobo. Probablemente, es porque con los glaciares se establece una distancia curiosa. Se sitúan en un péndulo entre lo familiar y lo extraño. Un telón de fondo permanente que pareciera irradiar indiferencia.

La definición de glaciar como un “río de hielo” pareciera portar en sí misma una especie de metáfora. Al imaginar un río, se piensa en agua líquida que fluye, pero curiosamente el glaciar también se desplaza a su manera. Dependiendo de la estación, se distiende y se contrae como la respiración de un animal. A veces cuesta imaginar la cantidad de agua que es capaz de mover un glaciar. Y esto en parte ocurre porque en él hay lagunas, túneles, canales y varios sistemas invisibles a la vista. Ahí conviven formas durante tiempos que van desde pocas horas hasta sectores de hielo que podrían remontarse al período de la glaciación, que terminó hace diez mil años. Vestigios vivos de ese tiempo remoto en que se pobló el continente. Pero hoy, al subir la temperatura, los glaciares se contraen más rápido de lo que son capaces de distenderse. El animal se asfixia.

Frente a esta crisis política y ambiental, en Chile – lugar donde residen el 80% de los glaciares de Sudamérica– se vive un momento el suspenso. Y el suspenso es una sensación que se relaciona con la tensión y muchas veces con el miedo. En narrativa, es un recurso literario que nos engancha a los sucesos de una historia, y se genera creando una incertidumbre frente al desarrollo futuro. Lo curioso es que el suspenso puede sentirse incluso a través de historias en que conocemos el desenlace. Esto pasa generalmente con los niños. Cuando a pesar a oír la misma historia una y otra vez, sienten tal grado de inmersión en la ficción que la memoria se suspende, y la expectación es tan intensa como si fuese siempre la primera vez.

Usar el miedo como herramienta de enganche parece también útil y necesario en materia política. Así lo hace Greta Thunberg, por ejemplo. Quien nos llama a entrar en pánico nos incita a estar alerta. Probablemente, tal como lo hemos hecho desde el principio de los tiempos para defendernos de jaguares, bisontes, o cualquier tipo de depredador amenazante. La diferencia es que hoy la mayor amenaza proviene de las consecuencias de nuestra propia acción, y el suspenso actual emerge desde una tensión entre lo que hacemos y no queremos saber. Tal como en los niños, la memoria se suspende, pero en este caso, la paradoja aumenta. Quizás, al originarse la amenaza de manera interna, el miedo adquiere un cariz subterráneo que resiste a materializarse. El miedo se invisibiliza, y ya sabemos, que las amenazas más peligrosas son las con forma de neblina. Esas imposibles de localizar.

La temperatura aumenta, el agua escasea. Y así paulatinamente, parece volverse un elemento cada vez más abstracto con el cual incluso se puede especular en un mercado de futuros como el de Wall Street. Frente a esto, nuestro futuro no es incierto: sabemos que si el ritmo sigue tal cual nuestra vida entrará en jaque. Nuestra forma de suspenso entonces, surge en una tensión entre un desenlace trágico inminente y su olvido inmediato. Quizás esta es la forma de crear suspenso más sofisticada de todas; y lo lamentable es que no es una forma de ficción. La historia se sigue desarrollando, como si la película nos hubiera atrapado sin darnos cuenta, o sin que sospecha alguna acusara la trampa.

Por Ileana Elordi

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¿Qué modelo para Chile? Institucionalizando la transición ecológica

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Foto de Brina Blum en Unsplash

El proceso constituyente que se avecina en nuestro país no hubiera sido posible si no existiera un importante descontento con aquello que se ha denominado como “el modelo”. De manera paulatina, pero incesante, hemos visto durante los últimos años una serie de críticas provenientes de distintas veredas ideológicas, políticas y sectoriales sobre el agotamiento que estaría experimentando nuestro modelo de desarrollo. En ese marco, queremos proponer en estas líneas, una orientación distinta a la que hemos observado en la discusión pública hasta ahora.

En primer lugar, cabe identificar las posturas levantadas hasta ahora. Dentro del amplio espectro existente, nos parece relevante nombrar dos grupos que han dominado la discusión. En primer lugar, posicionamos a quienes mantienen una evaluación favorable al sistema económico vigente,  pero reconocen ciertos límites que este está experimentando hace algunas décadas; a este grupo lo identificamos como “neoliberales”. Esta postura señala la falta de apoyo al emprendimiento, la baja de productividad, una regulación laboral rígida y obsoleta y la ineficiente gestión estatal como las principales causas que explicarían este problema. Un rápido análisis de esta posición nos muestra que este grupo tendrá un rol limitado en proponer nuevas ideas en el proceso constituyente. De esta forma, respaldarán mantener el rol subsidiario del Estado, un modelo orientado a la exportación en sectores específicos (como la gran minería, agricultura, forestal y acuícola) a través de una política de apertura comercial creciente, privilegiando los grandes poderes internacionales y el crecimiento económico como medida principal de progreso.

En segundo lugar, se ubican aquellas propuestas que podríamos calificar de “neodesarrollistas”. Éstas se erigen desde una evaluación mucho más crítica del modelo de desarrollo, reconociendo sus evidentes límites, tales como la incapacidad de hacer frente a la desigualdad, la precarización del trabajo, una baja carga tributaria que impide la provisión de derechos sociales y la concentración de las rentas de los recursos naturales. En la misma línea, se reconocen los nocivos efectos que esta realidad tiene en la calidad de nuestra democracia, otorgando altísima influencia a los grupos económicos y desincentivando la participación.

Frente a estas dos posiciones, queremos plantear la necesidad de reconocer los límites y ausencia que han caracterizado a este debate. Desde nuestra postura consideramos que si nos quedamos en el área delimitada por estas visiones, perderemos una oportunidad única para iniciar una transformación socioeconómica fundamental. Creemos que esta discusión debe iniciarse desde el reconocimiento de la presente crisis climática y ecológica, cuya resolución es el desafío social y político esencial del siglo XXI. Dado que la economía es, finalmente, la forma en que organizamos nuestra relación con la naturaleza, creemos que debemos transformar el modelo desde la convicción de que estamos obligados a disminuir el tamaño de nuestro metabolismo social. Esto se traduce, en palabras simples, a decrecer el flujo de materiales y energía que nuestra economía requiere extraer desde los ecosistemas para mantenerse en funcionamiento.

Ahora bien, ¿cómo podemos lograr esto? La experiencia comparada nos da ideas, tales como el reconocimiento de la naturaleza como titular de derechos o el reconocimiento a la plurinacionalidad y los distintos lenguajes de valoración que esto conlleva. Sin embargo, queremos aprovechar este espacio para poner sobre la mesa posibles discusiones e instituciones que no han estado presentes en el debate hasta ahora. En primer lugar, creemos que nuestro pacto social no será efectivo si no iniciamos una intensa discusión sobre el destino de nuestras sociedades. Hoy nuestro texto constitucional reconoce como finalidad del Estado “la promoción del bien común” ¿Qué significa esto? ¿Entendemos el bienestar únicamente como el crecimiento del tamaño de nuestra economía? ¿No deberíamos avanzar hacia formas más complejas de evaluar la manera en que funciona nuestra sociedad individual y colectivamente? Creemos que este tipo de discusión puede llevarnos a diseñar mejores políticas públicas, que exijan el desarrollo y aplicación de indicadores que demuestren la complejidad de medir el bienestar. La experiencia neozelandesa es un caso interesante de explorar, así como también otros indicadores que han nacido de iniciativas no estatales, tales como la huella ecológica o el Genuine Progress Indicator, que incluso fue adoptado por el estado de Maryland, en Estados Unidos.

Por otra parte, consideramos que, por contraintuitivo que parezca, es perentorio reflexionar sobre el rol que la economía global tiene actualmente. Esto no significa apuntar a una visión ingenua que niegue el aumento en el acceso a bienes y servicios que ha permitido la inserción de nuestra economía en los flujos globales de comercio. Sin embargo, a pesar de esto, vemos que además de las consecuencias negativas identificadas por quienes designamos como “neodesarrollistas”, el impacto ambiental del modelo es sencillamente inaceptable y, lo que es peor, extremadamente riesgoso. ¿Qué significa esto en la práctica? Creemos que mediante el debate constitucional podemos establecer instituciones jurídicas que orienten la transición hacia economías sostenibles y resilientes, que se vinculen a robustecer una economía situada y contextualizada. Una idea a explorar es elevar a rango constitucional una mención explícita a la situación de crisis ecológica y climática, la cual podría identificarse mediante el concepto de “límites planetarios”, desarrollado por el Stockholm Environmental Institute. De esta forma, podemos comenzar a reorganizar nuestra economía de manera planificada y racional, fomentando trabajos con menor impacto ambiental, como la economía de los cuidados, la producción agroecológica de alimentos y la autosuficiencia energética, entre múltiples áreas.

Esperamos que con este tipo de reflexiones podamos iniciar un debate a la altura del desafío ambiental que estamos enfrentando. Hasta ahora las críticas al modelo han sido valiosas y diversas, pero no han ido al corazón del problema ecológico intrínseco de nuestra economía. Creemos que así como hemos llegado a la convicción de que en materia de pensiones le estamos fallando a la tercera edad, necesitamos alcanzar similares niveles de conciencia y movilización para trabajar por las generaciones futuras.

*Esta columna es una versión extendida de la publicada en Ladera Sur el 21 de enero de 2021

Por Pedro Glatz y Violeta Rabi

Aprendizajes colectivos en el Foro Latinoamericano de Decrecimiento

Captura de pantalla del 1er encuentro: “La Preparación del Suelo”.

El Foro Autoconvocado de Decrecimiento en Latinoamérica es un conjunto de encuentros que surgen como un llamado a encontrarnos desde distintos territorios de América Latina, para intercambiar ideas y experiencias en torno al concepto de decrecimiento. A la luz de los impactos socioecológicos asociados a la pandemia del covid-19, actualmente se hace más urgente que nunca repensar nuestras formas de cohabitar nuestro planeta en crisis y transitar hacia la co-creación de un nuevo modelo de sociedad. A esto se suma que dado este contexto, se ha evidenciado el hecho que desde las élites económicas y políticas el problema de la pandemia ha sido abordado desde una perspectiva puramente economicista. Perspectiva que incita a la constante amenaza de “reactivación económica”, la cual reproduce y profundiza la ideología del crecimiento económico infinito y por ende, sus impactos negativos en la vida de las personas.

Como antecedente a este Foro, se encuentra la circulación de la Carta Abierta “Decrecimiento: Nuevas Raíces para la Economía”, elaborada a mediados de 2020 por una Red Internacional de Activistas por el Decrecimiento y a la que adherimos como Centro de Análisis Socioambiental (CASA). Estas propuestas expresan la necesidad de: 1) Poner la vida al centro de nuestro sistema económico. 2) Reevaluar radicalmente cómo y qué trabajos son necesarios para una buena calidad de vida para todos 3 ) Organizar a la sociedad en torno a la provisión de mercancías y servicios esenciales 4) Democratizar la sociedad 5) Proponer sistemas políticos y económicos basados en el principio de la solidaridad.

De manera previa al inicio del Foro, también contamos con una breve exposición introductoria del economista ecuatoriano Alberto Acosta, con quien acordamos co-diseñar una metodología apropiada para la discusión de nuestro Foro. Finalmente, nos propusimos realizar un ciclo de 6 encuentros autoconvocados entre julio y diciembre de 2020, los cuales se basaron en las distintas fases de la agricultura: la preparación del suelo, la siembra, el crecimiento de la planta, la floración, el crecimiento del fruto y finalmente la cosecha.

En cada uno de estos encuentros, se generó una instancia de conversación y participación en plenaria de pequeños grupos, fomentando la escucha y el diálogo. Es así, como durante 6 meses, participamos del proceso alrededor de 20 personas, provenientes principalmente de organizaciones sociales, organismos no gubernamentales, universidades y centros de formación con presencia principalmente en México, Chile, Argentina y Brasil.

Durante la 5ta sesión “El Crecimiento del Fruto”, hubo un momento culmine tras adquirir la metáfora ancestral de —el tejido— con el fin de construir una metodología de aprendizaje. Así, en una serie de rondas de conversación compartimos nuestro “saber” (entendido éste como la información que podemos enseñar y poner al servicio delos demás), incluyendo en cada nueva ronda lo que habíamos aprendido de l@s asistentes de la ronda anterior. De este modo, fuimos trenzando aprendizajes en torno a distintos ámbitos (feminismo, economía, biodiversidad, alimentación, educación, entre otros) y la acción de “enhebrar” e intercambiar conocimiento se convirtió en una experiencia enriquecedora y conmovedora para l@s participantes.

Mapa conceptual del segundo encuentro: “La Siembra”.

Como conclusión de los 6 encuentros, logramos profundizar las premisas de la Carta Abierta Internacional desde nuestra experiencia como latinoamerican@s. Aparecieron premisas fundamentales co-construidas a partir de mapas conceptuales donde recogimos nuestros principios, iniciativas y perspectivas en común, tales como la diversidad de éticas, la soberanía alimentaria, la autonomía, la austeridad, la simplicidad voluntaria, la democracia y el respeto de los límites ecosistémicos.

Dentro de estas premisas o principios las más importantes a destacar son:

– El Principio de Proporcionalidad, el cual propone disminuir las presiones excesivas sobre territorios y/o personas, al seguir el concepto de “desarrollo a escala humana”. (Por ejemplo, no cultivar paltas en zonas desérticas).

– El Principio de Reciprocidad, es decir, reconocer el entralazamiento entre los otros seres vivientes y reemplazarlo por las relaciones actuales de explotación. (Por ejemplo: no cosechar la tierra sin hacer una posterior devolución). Cabe mencionar, que la reciprocidad es principio de varias instituciones no modernas como la minka.

– El Principio de Suficiencia Radical o Abundancia Radical, es decir, abandoner la idea que el crecimiento económico ilimitado se sustenta en un principio de escasez, y comprender que la escasez es producida precisamente a través de esta concepción junto a la sobreprivatización que constantemente impide el acceso público a bienes comunes. (Aparte: la abundancia del decrecimiento no se plantea en términos privados, “todos tendremos yates”, sino en la abundancia de lo común a la manera de las bibliotecas públicas).

Es así como en un contexto de respeto, confianza y valoración mutua, l@s participantes de distintos actores y territorios compartimos reflexiones, inquietudes y propuestas en torno a los factores implicados en el colapso civilizatorio y los fenómenos emergentes.

Esta puesta en común generó conexiones y resonancias que nutrieron las inspiraciones y experiencias de tod@s quienes pasamos por este espacio-foro, ampliando nuestros horizontes y perspectivas de lo posible.

Por ahora, el foro está en receso y nos volveremos a reunir en marzo de 2021 para decidir, siempre en conjunto, qué tipo de conversaciones y colaboraciones queremos seguir articulando.

¡Bienvenid@s sean!

Equipo de CASA