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Arte y Ecología: una relación necesaria y urgente

En un artículo publicado el año 2003, titulado “Be calling awake: the role of transformative learning in the lives of enviromental activists”, Jessica Kovan y John Dirkxs recogen la historia de varios activistas ambientales, específicamente el momento en que se sintieron llamados a participar de la defensa de territorios y la construcción de otras formas de relacionamiento a escala local y global. En todos los casos, coincidían en una experiencia significativa, vital, de sentirse “tejido” con el entorno y por tanto, motivado por el deseo de cuidado. Por lo general, se trataba de una experiencia de profunda contemplación y conmoción de los sentidos, simultáneamente física, emocional y racional.

Lo llamativo de estas historias es que el detonante de la acción, al igual que en cualquier guion cinematográfico, no tuvo que ver con una decisión estrictamente racional-instrumental. Los detonantes resultan ser experiencias que involucran racionalidades no instrumentales, profundamente íntimas y al mismo tiempo, de conexión con una otredad que se devela conectada con la intimidad, diluyendo fronteras. El arte, precisamente, es una forma de experiencia que nos permite percatarnos de este entramado vital.

Hace años ya que la evidencia de nuestra crisis ecológica planetaria se amontona: tenemos los datos, la confirmación de los paneles de expertos, los relatos de los afectados por las catástrofes, las imágenes de muerte. ¿Qué nos detiene entonces? En la llamada que escucharon los activistas, la experiencia de “estar siendo” entramado fue condición necesaria y suficiente para movilizar sus acciones al cuidado y la defensa de la trama así experienciada. Si asumimos que la inspiración movilizadora es racional, pero también afectiva; es personal, pero también colectiva, podemos observar que los datos y los argumentos no están siendo suficientes. Necesitamos escuchar esta “llamada” en una dimensión no exclusivamente racional y cognitiva.

La conmoción de los activistas de la investigación referida al inicio pasó no sólo por un “darse cuenta” de la crisis, sino por un estado muy parecido al éxtasis contemplativo, que involucraba profundamente su experiencia vital, su manera de habitar el mundo. Sin desmerecer la importancia de contar con suficiente evidencia, datos y tecnologías para abordar el atolladero civilizatorio en el que estamos, necesitamos repensar las artes como un espacio de investigación y aprendizaje, que pueden ofrecernos una experiencia semejante a esa “llamada” capaz de convocar a la acción urgente y coordinada. La experiencia artística nos ofrece un camino de creación que requiere una observación minuciosa de la subjetividad y la otredad involucradas en el proceso; un ejercicio de continuo e iterativo ensayo y error favorable a la emergencia de aquello que reconocemos como experiencia estética. Nada más alejado de la práctica que entender la emergencia de la obra creada como una epifanía. Lo que parece ser una epifanía o “milagro” en la obra artística, ocurre como derivada de la ritualidad que supone indagar, probar y crear, una y otra vez. No es tan distinto al rigor del científico. Por esta razón es que decimos que la creación artística no es

un ejercicio irracional, estrictamente emotivo e intransferible como experiencia de “el artista”. Es un ejercicio de búsqueda y encuentro, interpretativo y creador, que puede acercarnos a la comprensión de la crisis ecológica y a la movilización que necesitamos, porque la experiencia de creación o contemplación de la obra -aparente exterioridad- nos interpela, nos convoca a una experiencia en que el yo se convierte en un nosotros entramado. Esta es precisamente, el tipo de experiencia “ecológica” que necesitamos para fortalecer nuestro sentido de interdependencia y co-responsabilidad.

Considerando este poder movilizador/creador de mundos, es urgente fortalecer los puentes entre arte, política, ciencia y educación. En nuestro guion civilizatorio, siguiendo la metáfora del cine, el arte ha sido aparentemente el personaje secundario de los grandes cambios sociales. Sin embargo, el arte nos ofrece precisamente la oportunidad de vivir el modo de habitar y vincularse con el mundo como espacio sagrado, es allí donde encontramos el sentido de urgencia y de importancia.

Necesitamos sentirnos llamados a actuar y para eso, no basta con saber que estamos en crisis. El arte nos ofrece simultáneamente, la llamada, la acción y el deseo: la importancia de la trama, la conmovedora experiencia del entramado, y la motivación para expandir la conciencia y el cuidado de ella. Esto, y no otra cosa, es lo que necesitamos para habitar este mundo como una especie que es capaz de evitar su propia destrucción, y la de sus compañeros de trama en el camino.

Por María Paz Aedo y Gabriela Cabaña