La importancia del abordaje comunitario ante la crisis socioecológica

Fotografía de Alejandra Castillo Cabrera

La crisis socioecológica que estamos vivenciando a nivel mundial se expresa en problemáticas graves como el cambio climático, la erosión de los suelos, y la pérdida de biodiversidad, que a su vez se expresan y afectan de manera desigual a los distintos territorios. Ante este panorama, las preguntas y respuestas son variadas, siendo una de ellas la interrogante por lo comunitario y las formas en cómo pensar la comunidad.

Lo anterior no aparece de manera azarosa, sino como requerimiento de los cambios que están aconteciendo, que nos afectan profundamente y dejan en evidencia nuestra condición de vulnerabilidad, interdependencia y ecodependencia. Desde allí se nos obliga a repensar las relaciones entre personas y naturaleza.

Por todo esto, resulta pertinente volver a mirar la forma en que se ha abordado lo comunitario y la comunidad, como coordenadas que nos permiten componer una lectura del escenario global actual y desde allí describir y encauzar alternativas y posibilidades para repensar nuestros modos de relación entre personas y con la naturaleza.  Dado que el momento presente es a todas luces crítico, se requieren nuevas claves interpretativas para pensar y habitar el mundo, siendo lo comunitario y la comunidad parte de ellas.

Conceptualmente, lo comunitario describe y evoca un surtido de elementos, siendo un adjetivo con el que se describen distintas prácticas y objetos. Por su parte, la comunidad ha sido descrita como un concepto polisémico, que de hecho se ha utilizado con diferentes énfasis a lo largo de la historia. Así, por ejemplo, desde algunas perspectivas sociológicas clásicas, la comunidad se identifica como algo “perdido”, o bien como “lo antiguo” en oposición a la sociedad industrial. También tomando estas concepciones clásicas, y a propósito de la modernidad, otros dirán que esta manera de pensar la comunidad es escasamente pertinente dentro de nuestra actualidad globalizada, individualizada y fragmentada (Bauman, 2003).

Desde otras visiones se concibe la comunidad como un ideal a proteger o bien como un proyecto emergente, siendo las comunidades modos de articulación dentro de la propia sociedad, pero que se construyen desde otros elementos más bien circunscritos al presente, como por ejemplo los estéticos o emocionales (Maffesoli, 2004). Finalmente, el término comunidad refiere a un aspecto a desarrollar, por ejemplo, por parte de las políticas públicas y los Estados, lo que, por lo demás, no ha estado exento de críticas.

Dada la versatilidad de estos conceptos, abordar la pregunta por lo comunitario es sumamente complejo. Sin embargo, con independencia de estas distinciones y discusiones más amplias, en la actualidad es posible sostener que lo(s) comunitario(s) cobra(n) fuerza justamente al reflexionar en torno a la crisis socioecológica. Es en este contexto de profundos cambios e incertidumbres en el cual nos sabemos y vemos involucrados, que la pregunta por lo comunitario hace sintonía desde ese lugar de vulnerabilidad que pone en evidencia la necesidad de reflexionar directamente en torno al tema.

Es posible sintonizar con el abordaje de lo comunitario, por ejemplo, desde grupos y movimientos sociales que se articulan en la defensa de territorios y modos de vida como mecanismos de resistencias. Así también, desde formas colectivas que permiten la subsistencia de vidas, cuerpos y territorios que se han visto fuertemente afectados históricamente y más actualmente por la crisis socioecológica y sus expresiones. Esto debido a que las problemáticas complejas ante las que nos vemos enfrentados repercuten muy fuertemente sobre espacios situados.

Estas actuaciones muestran formas concretas en las que se materializa el retorno de la pregunta por lo comunitario, pero su vigencia no se reduce a esto, y la misma se conecta con aspectos más amplios y que se relacionan con lo global. Se trataría así de reflexiones y acciones que abordan necesidades situadas tangibles e intangibles, acopladas a cuestionamientos respecto de los modos y modelos que han precarizado las vidas, y las posibilidades de relación y vínculo con los otros.

Así, podemos vislumbrar que el horizonte del tema se encuentra anclado a una problemática actual que emerge con urgencia, que nos convoca a buscar nuevas formas de relación entre humanos y con la naturaleza, las cuales implican una transformación profunda. Estas nuevas formas exigen el abordaje de lo comunitario y la comunidad, en tanto clave interpretativa que nos ofrece otras coordenadas para mirar prácticas presentes y también posibilidades para pensar el futuro.

Se trata de un abanico amplio de articulaciones que no se reducen a una orgánica particular. Tal como plantea Raquel Gutiérrez (2019), no existe una determinada forma para lo comunitario, ni tampoco un determinado espacio para su emergencia, sino que los “entramados comunitarios se encuentran en el mundo bajo diversos formatos y diseños (…) son las diversas y enormemente variadas configuraciones colectivas humanas” que se articulan y desarticulan de manera más o menos estable. Por lo tanto, lo comunitario, más que responder a una esencia, un tipo absoluto, o condicionarse desde ciertos requerimientos, ya sea un espacio físico-territorial o la existencia de intereses generales (que, por lo demás, son cada vez más fluctuantes y móviles); se amplía y desdibuja para adquirir formas múltiples capaces de actuar en torno a asuntos de preocupación que superan lo local.

Dicho de otra manera, el concepto se plasma en una heterogeneidad de reflexiones, añoranzas y acciones donde lo comunitario se teje, es decir, que “acontece”. Y justamente acontece en la emergencia (no necesariamente en la novedad o en la planificación) de procesos y prácticas que enfatizan el requerimiento de él y los otros, en las múltiples relaciones que nos permiten la continuidad de la vida, y que son justamente las que se ponen en riesgo en medio de la crisis socioecológica en la que estamos inmersos.

El acento en lo comunitario y su vigencia tendría que ver con el lugar que ocupa este ámbito en nuestro presente incierto, y su sentido de potencia a propósito de las interacciones y sus vinculaciones en distintas escalas. La fuerza de lo comunitario y el preguntarnos por ello es un reconocimiento de la imposibilidad que tenemos de constituirnos fuera de nuestras relaciones (Garcés, 2013). La crisis socioecológica expone la vulnerabilidad de un mundo que es necesariamente compartido y común.

No se trata de una añoranza o de una defensa de cierto tipo de vínculo establecido a priori, de valores o formas de acción u organización que se tengan que reivindicar o recuperar, sino más bien de experiencias y prácticas emergentes que ponen sobre la mesa lo colectivo como parte constitutiva de la singularidad. La vigencia de lo comunitario en medio de la crisis socioecológica expone nuestras dependencias y agencias mutuamente implicadas, a partir de las cuales constituye nuevas lógicas y claves interpretativas para pensar las formas de vivir, producir, consumir e interactuar.

Así, lo comunitario no es en la oposición a la sociedad, o un posicionamiento de lo local o de la comunidad como lo auténtico o lo bueno. Es un llamado a aquello que nos permite hacer en común, que no está previamente definido ni clausurado, sino que es creativo, que deviene en las propias circunstancias de la vulnerabilidad y del requerimiento de nuevas experiencias de vida que ponen en el centro lo colectivo y lo cooperativo, en la medida del necesario reconocimiento y responsabilidad de estar involucrados.

Se trata de experiencias profundamente políticas, pero también versátiles, ya que implican un sinnúmero de modos de hacer y pensar que ponen en cuestión el modelo de vida dominante y sus lógicas, y que se entretejen desde todo aquello que resulta fundamental y necesario para la vida.

Finalmente, la crisis socioecológica nos plantea un escenario en el que la pregunta por lo comunitario y la comunidad están vigentes, en la diversidad de modos de hacer y poner en común, estableciendo relaciones y vínculos que permiten continuidades y discontinuidades, posibilidades para estar y mantenernos inmersos en el mundo (Ingold, 2018) desde nuestra condición interdependiente y precaria.

Nos habla de la necesidad de integrar lo comunitario como clave interpretativa, nos invita a enfocarnos no solo en los efectos materiales de la crisis socioecológica en la que estamos situados, y en qué políticas o técnicas adoptar para vivir o sobrevivir en este escenario dañado; sino en el cómo se producen dichas materialidades y lo que las mismas producen. Aquí en las relaciones e interacciones es donde se vuelva especialmente necesario el abordaje de lo comunitario como aspecto que no podemos obviar al pensar y pensarnos parte de la transformación ecosocial que requerimos.

                                                                                   Por María Olga Vallejos Lamig 

Referencias

  • Ingold, T. (2018). La vida de las líneas. Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile.
  • Garcés, M. (2013). Un mundo común.  Editorial Bellaterra, Barcelona, España.
  • Gutiérrez, R. y Salazar, H. (2019). Reproducción comunitaria de la Vida. En: Revista de estudios comunitarios, El Aplante (Editorial) Producir lo común. Entramados comunitarios y luchas por la vida (21-45). Traficante de Sueños.
  • Maffesoli, M. (2004). El tiempo de las tribus: el ocaso del individualismo en las sociedades posmodernas. Siglo XXI México Editores.
  • Bauman, Z. (2006). Comunidad: en busca de seguridad en un mundo hostil. Siglo XXI de España Editores.