Olla comun Yungay

¿Mujeres cuidadoras? Apuntes de una conversación sobre feminismos

Foto de Diego Arahuetés. Afiche en el barrio Yungay de Santiago

Este relato está hecha siguiendo una conversación que se dió dentro del equipo de CASA cuando nos propusimos escribir algo sobre mujeres, resistencias y cuidados en miras al Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo. Nuestro compañero Diego nos envió el siguiente mensaje, seguido por un documento con el documento de más abajo:

Diego: Hola equipo, este es el boceto, aún tengo que corregir cosas, pero para que le echéis un ojo si os parece bien:

La participación de las mujeres en los espacios de resistencia. Tejedoras solidarias.

Esta pandemia ha vuelto a visibilizar la lucha y el compromiso de las mujeres por la resistencia y la soberanía alimentaria, la capacidad de organizarse y articularse para crear una estructura de apoyo a quienes más lo necesitan y, su compromiso con el bienestar y la búsqueda de una vida digna para todas y todos. Como dice Yayo Herrero “las mujeres se presentan y se configuran como agentes clave para defender y proteger la vida”.

Durante este último año, la población más vulnerable se ha visto en una situación de máxima precariedad. El confinamiento y las cuarentenas han provocado que muchas familias no pudiesen trabajar y como consecuencia, la incapacidad de acceso a alimentación. Todo ello significó un duro impacto tanto en las vidas como en las rutinas de los grupos humanos. El desempleo, el aumento de la precariedad, la caída de los ingresos familiares han posibilitado que los barrios se organicen, que se reactivaran prácticas en torno a las redes de apoyo y a la alimentación

Y no han sido sino las mujeres, las que han liderado estos proyectos, las tareas de cuidado se han convertido en un movimiento en defensa de la vida, basado en la cooperación y la solidaridad entre iguales. Son numerosos los ejemplos de proyectos que han sido gestionados y coordinados por mujeres, muchas de ellas migrantes. En el caso del barrio Yungay, la asamblea autoconvocada del barrio ha estado participando en la gestión y coordinación de actividades de diferente índole desde inicios del estallido social y la cooperativa “La Balanza”, una red de abastecimiento del barrio, ha estado lideradas por mujeres del territorio, preocupadas por crear instancias de apoyo mutuo, solidaridad barrial así como, proveer de alimentos a todas aquellas familias que no tienen acceso. Además, la mayoría de las ollas comunes u “ollas comunes confinadas”, según se le conocen en Yungay, han estado coordinadas por mujeres, en su mayoría mujeres migrantes. En el caso de Peñalolén, también hemos podido observar cómo han sido las mujeres las dirigentas de las ollas comunes, de tal forma que han recuperado las prácticas culturales presentes en los territorios en otros momentos históricos. Estas prácticas representan la memoria colectiva de las mujeres, una memoria de organización, lucha, resistencia y autogestión. Una memoria que han asumido ellas desde el rol de los cuidados que se les ha impuesto bajo un modelo socioeconómico sustentado por el capital y el heteropatriarcado. Otra vez hemos vuelto a ver claro como la salud de los cuerpos debe estar siempre por encima de la producción, y como en tiempos de cambio y transformación, la violencia contra la vida, la tierra y los cuerpos de las mujeres se presenta como la hoja de lucha y protesta contra las sistemáticas violaciones de derechos humanos a través de la creación de espacios locales cooperativos y solidarios que son, al fin y al cabo, el cuestionamiento de un modelo de desarrollo y crecimiento sin fin.

Las mujeres como  centros de vida, tienen dos funciones principales en los pilares comunitarios que está intrínsecamente ligadas a la resistencia frente a una cultura extractivista y explotadora, una es la producción agrícola de alimentos  (división social del trabajo) y por lo tanto el cuidado y defensa de la tierra como ente a explotar y la otra, la transmisión generalmente oral del conocimiento de generación en generación, y por lo tanto de una estrategia de resistencia a largo plazo. Esa transmisión del conocimiento y producción agrícola o alimentación de la comunidad, encuentran en las ollas comunes y comedores solidarios, el lugar donde tejer los tejidos solidarios de la comunidad.

Estos proyectos nos hacen creer que aún estamos a tiempo de recuperar nuestros territorios, los espacios públicos y los terrenos de cultivo como forma de rehabilitar y restaurar un ecosistema que está cada día sufriendo más. Estas formas de organización que han liderado las mujeres durante este último año, en el caso de Chile comenzó ya con el estallido social, suponen un avance propositivo para hacer frente a una crisis ecológica desde la negociación colectiva, el asamblearismo, la colectivización de recursos, la alimentación como forma de cuidado, escucha y protesta y como no, una nueva forma de recuperar la vida social basada en la cooperación y la solidaridad.

Estos espacios de alimentación, ya sean ollas comunes, comedores solidarios o cooperativas de abastecimiento, han supuesto el punto de encuentro de prácticas culturales de diferentes espacios, casi siempre llevados por mujeres migrantes. En estos meses, las ollas y cazuelas han creado un caldo de cultivo con olores, aromas y sabores que recuerdan a un mestizaje de todos aquellos que llegan a un lugar y pueden y quieren vivir en paz. Estas cazuelas han servido para dar de comer a todxs y sobre todo, para crear un tejido más fuerte, auténtico y sincero.

Por cuestiones de husos horarios, Paz fue la primera en responder en nuestro chat grupal:

Paz: Hola Diego! Gracias por tu texto. Tengo algunos reparos: creo que si bien honra las tareas de cuidado, celebra algo que es un problema más que una virtud. El problema es que no haya hombres preparando esas cazuelas sabrosas. Es un problema, no un don, que las mujeres tengan que hacerse cargo de lo que el texto destaca y que el Estado no lo haga. ¿Somos las mujeres verdaderamente “centros de vida”? ¡No somos centros de vida más que los hombres!

Diego: Gracias Paz, tomo nota. Esta frase “Las mujeres como centros de vida, tienen dos funciones principales en los pilares comunitarios que está intrínsecamente ligadas a la resistencia frente a una cultura extractivista y explotadora, una es la producción agrícola de alimentos…” justo me la transmitió, tal cual, uno de los coordinadores una ONG súper potente que trabaja en África occidental y está con temas de genero y cooperativas.

Paz: mmm eso pareciera una perspectiva esencialista, tipo primera ola…

Diego: Es un problema grande y a la vez, un camino de resistencia súper importante que se hace. Y el estado no trabajo ni va a trabajar por la dignidad de las personas ni los derechos fundamentales, son las luchas sociales y el activismo los que marcan en el camino. El estado viene después.

Paz: Reconocer la resistencia que hacen las mujeres está muy bien. Decir que lo hacen porque son esencialmente algo está muy mal. el hecho que las mujeres cuiden frente al desastre es subsidiar al Estado. No una virtud de las mujeres. Es una evidencia de la injusticia, no un don.

Diego: Con centro de vida me refiero a agricultura y conocimiento, no a parir. No sé si me he explicado bien. No sé si no queda otra, cuando montas/organizas proyectos autogestionados lo haces por dos motivos, uno porque puede que no queda otra, dos porque estás de acuerdo en un modelo de sociedad que no forma parte del estado.

Paz: No estoy de acuerdo con naturalizar. Creo que el texto podría enriquecerse si pusiera el acento en la resistencia como resultado de la injusticia, no como una virtud “femenina”. Desde niñas nos han enseñado a cuidar, nos han obligado a hacernos cargo de los cuidados. No somos cuidadoras “intrínsecas”.

Diego: ¡Pero podemos celebrar esa resistencia!

Paz: Quizás ahí está nuestra diferencia. En esa continuidad del rol histórico hay mucho sacrificio. Ha sido a costa del despliegue de deseos y otras posibilidades de ser. Lo que más he visto en mujeres en resistencia es que hay sacrificio de sí mismas. Lo hacen por amor, pero es cruel, estructuralmente cruel.

Diego: He tocado un tema sensible donde hay múltiples maneras de verlo…

Paz: ¡Pero qué bueno poder tener esta discusión!

(Las horas pasan y el resto del equipo va leyendo el intercambio)

Camilo: hola, recién vengo leyendo la conversación. Concuerdo con Paz, pero es una discusión muy interesante. La filósofa Alicia Puleo, en su texto ¿Qué es el ecofeminismo? Refiere a lo problemático de los esencialismos así “no se trata de caer en esencialismos ni en un discurso del elogio que haga de las mujeres las abnegadas salvadoras del ecosistema, sino de reconocer como sumamente valiosas las capacidades y actitudes de la empatía y el cuidado atento, enseñarlas desde la infancia también a los varones y aplicarlas más allá de nuestra especie”

Dani: Las funciones sociales son socialmente producidas. No hay nada natural ni intrínseco en ellas.

Gabriela: hola, me demoré en leer pero esta es mi reflexión: escuchaba el otro día en una charla de Nancy Folbre sobre su último libro “The Rise and Decline of Patriarchal Systems” sobre cómo la especialización de las mujeres en el cuidado nos pone en una situación de vulnerabilidad. No tenemos “poder negociador”, como tienen por ejemplo trabajadorxs en una fábrica de autos, ya que dejar de cuidar significa que gente muere. Esto es parte de los sistemas patriarcales. Sin embargo, ahora conversando con Mariana ella me contaba que existe otra autora que habla de “esencialismos reivincativos” y cómo se pueden movilizar perspectivas que ligan a la mujer con una tendencia o sensibilidad “natural” al cuidado a su favor. A mi igual me ha pasado que, participando en espacios autoconvocados de mujeres, más de una usa ese discurso y yo obviamente no salgo a “explicarle” el feminismo a nadie.

Paz: ¡Esa es la tensión a abordar, Gabi! aunque yo tengo una apuesta personal y urgente de tomar partido antiescencialista, respeto y valoro mucho que mujeres oprimidas reivindiquen el lugar que sienten suyo. Cuando sale de ellas, eso sin duda.

Mariana: si, Beatriz Cid por ejemplo plantea rol reivindicativo del esencialismo en organizaciones de mujeres como ANAMURI. Esto me parece interesante, no todo escencialismo es acrítico, lo movilizan a su favor.

Gabriela: finalmente es eso, poder abrir y examinar esa tensión, situar siempre los feminismos en sus contextos históricos y subjetivos más amplios.

Serie-Colapso

Tramas del fin del mundo: estética e imaginarios de la crisis civilizatoria

Serie “Colapso”, Les Parasites, 2020

Un pequeño grupo de sobrevivientes a la gran catástrofe lucha por su vida. Sólo unos pocos logran atravesar las adversidades, después de mucho sufrimiento. Esta descripción, propia del arquetípico “camino heroico” presente en el guión cinematográfico clásico, ha cobrado en las últimas décadas un cariz muy particular. Los héroes del siglo XXI y de las distopías futuristas ya no sólo se enfrentan a la amenaza de la guerra, las invasiones extraterrestres o los monstruos. Se enfrentan, ni más ni menos, al colapso de la civilización.

La creación artística refleja, encarna y actualiza, la perspectiva epocal. Así, la imaginería colapsista emerge con fuerza en la cultura visual. Se multiplican las series, películas y documentales que nos anuncian la crisis global, donde sólo unos pocos sobreviviremos. Algunas de estas distopías suponen un futuro tecnológico espeluzante, como Black Mirror (2015). Otras, como Colapso (Francia, 2020) proponen el abrupto y trágico fin de todo el mundo conocido, pese a las advertencias de científicos y activistas.

Esta oleada colapsista pone de manifiesto una estética catastrofista y escatológica de la relación entre naturaleza y sociedad, tanto en su afán de crear conciencia como de ganar audiencia. La dicotomía sociedad/naturaleza, en el contexto de crisis civilizatoria, nos muestra una naturaleza que se rebela contra el sacrilegio humano de su profanación. Nuestra ambición será castigada y será nuestro fin (o casi). O somos como un virus, o somos estúpidos: en cualquier caso, nos merecemos la extinción.

La cultura visual colapsista y distópica ofrece al menos tres guiones o “caminos heroicos” para enfrentar esta amenaza. En el primero, el individuo se asegura cuanto es posible los medios para sobrevivir (“solos contra el mundo”, nos repiten los guiones estadounidenses). Este es el camino de los millonarios que tienen seguros, búnkers o islas donde ir a refugiarse; y de los humanos excepcionales, particularmente inteligentes, fuertes y ágiles, capaces de resistir las fuerzas desatadas de la naturaleza y de vencer a otros en la competencia por sobrevivir. Un segundo camino es el que siguen los individuos responsables, ilustrados, conscientes y moralmente intachables (o al menos, en camino de serlo), que supieron ver las señales del final cuando nadie las veía y que gracias a esta sabiduría, se convierten en líderes del pequeño grupo de sobrevivientes.

Como la mayoría de nosotros no somos millonarios, suprahumanos o intachables, nos queda el tercer camino, semejante al advertido por el canon romántico de la literatura en los inicios de la Ilustración. Este es un camino marcado por la angustia, el miedo, la tristeza, el tedio. “Tú conoces, lector, este monstruo delicado. ¡Hipócrita lector, mi semejante, mi hermano!”, nos interpelaba Baudelaire en Las Flores del Mal. Aquel que lo sigue queda atrapado en las primeras etapas del duelo frente al colapso, preso de un dolor o una resignación paralizantes. Abrumado por la información y la incertidumbre, este individuo se siente demasiado pequeño para incidir, demasiado habituado para cambiar, demasiado cansado para luchar. También se vuelve cínico frente a las alternativas, porque todo le parece insuficiente o fútil. “Eso está muy bien, pero de qué sirve frente a (x otro problema)”; “sólo unos pocos podrán irse al campo a cultivar su comida”, “igual tengo que trabajar” etc. Hasta la icónica Lisa Simpson sufre “ecoansiedad” y es tratada con antidepresivos.

Estos caminos no evitan el colapso ni ayudan a transitarlo. No son una salida, sino una manifestación del colapso. Por eso, es necesaria y urgente otra estética de la crisis, que abra nuestro abanico de posibilidades para atravesar la crisis desde una mirada menos escatológica, lineal y dicotómica. Históricamente, las crisis civilizatorias han tenido costos altos y desconocidos para sus habitantes. En todo momento, ha habido un relato colectivo, un sentir compartido, que nos ha permitido atravesarlas. Y nunca hemos podido hacerlo solos, porque de hecho no lo estamos.

No somos individuos ni estamos separados de nuestro territorio, al que mal llamamos “ambiente”. La separación entre sociedad y naturaleza, así como entre individuo y colectivo, son sólo ideas del mundo, pero no “el mundo”. Y esto es lo que está en crisis, porque la complejidad del mundo no cabe en esas dicotomías reduccionistas. Como bien sabían nuestras originarias ancestras, este mundo es un tejido, un entramado de afectaciones y co-influencias múltiples, donde nada ni nadie es demasiado pequeño o trivial. De hecho, a través de esta pantalla estamos entramados con los ríos, el carbón, el gas y el petróleo que hacen posible la electricidad. En este dispositivo también están los metales, el cobre, las tierras raras, el litio. Y las comunidades afectadas por la minería, con metales pesados en la sangre, con el cáncer instalándose en sus cuerpos. Y la falta de sindicatos, que hace posible la explotación de personas que transportaron y nos vendieron este dispositivo en el retail. Y ese dolor que sientes al darte cuenta de todo esto es el que te llevó a exigir cambios en nuestro país y que abrió camino al proceso constituyente. Todo está aquí y ahora. No hay separación “real”.

Estas experiencias de conexión, con todo su poder transformador, están presentes en las expresiones artísticas de múltiples colectividades y comunidades en resistencia frente a la crisis. El arte, cuando está al servicio de este “ser colectivo” y en movimiento, se devela en toda su capacidad transmutadora. Desde Chiapas a Petorca, de Rojava hasta Amazonas, los pueblos recitan, cantan y bailan su mirada del mundo; y de este modo la alimentan. Esto aprendimos en Octubre de 2019, cuando la revuelta. Todas las artes comunitarias se tomaron las calles, en todas las formas de expresión que como pueblo fuimos capaces de imaginar.

Considerando las restricciones de movimiento que supone la pandemia y la incertidumbre sobre lo que vendrá, será necesario co-crear otras narrativas e imaginarios que desborden la estética predominante (y paralizante) del colapso. Necesitamos guiones abiertos, tramas no lineales y colectivas, imágenes disidentes, performances desafiantes, registros de las resistencias que no vemos en la corriente colapsista principal. Esta no es una tarea trivial. La resistencia y la transformación social son cuestiones éticas y estéticas, no sólo racionales en el sentido moderno. Como bien ilustraba Goya, “el sueño de la razón produce monstruos”. Por eso, una estética integrada e imaginativa de la naturaleza, capaz de articular evidencias científicas, compromiso ético-político afectos y apertura al misterio de lo posible, es fundamental para atravesar el duelo ante la evidencia del fin, con la ternura radical que en tantos momentos de la historia humana nos ha permitido seguir viviendo. Podemos atravesar la crisis múltiple honrando las memorias de quienes desde el inicio de lo humano hasta hoy han danzado, narrado y actuado los múltiples guiones de la trama de la vida. Seguir haciéndolo es un desafío vital.

Por Maria Paz Aedo

Glaciares o el miedo

Instalación de Olafur Elliason

En la ciudad de Santiago, los glaciares se ven hasta en la micro. El glaciar El Plomo por ejemplo, puede verse incluso desde el centro si se busca el ángulo preciso. ¿En cuántos lugares del mundo pueden verse glaciares entremedio de semáforos? En Chile, paradójicamente, cuando se habla de un glaciar, aún se piensa en exploraciones con pelos de foca o de lobo. Probablemente, es porque con los glaciares se establece una distancia curiosa. Se sitúan en un péndulo entre lo familiar y lo extraño. Un telón de fondo permanente que pareciera irradiar indiferencia.

La definición de glaciar como un “río de hielo” pareciera portar en sí misma una especie de metáfora. Al imaginar un río, se piensa en agua líquida que fluye, pero curiosamente el glaciar también se desplaza a su manera. Dependiendo de la estación, se distiende y se contrae como la respiración de un animal. A veces cuesta imaginar la cantidad de agua que es capaz de mover un glaciar. Y esto en parte ocurre porque en él hay lagunas, túneles, canales y varios sistemas invisibles a la vista. Ahí conviven formas durante tiempos que van desde pocas horas hasta sectores de hielo que podrían remontarse al período de la glaciación, que terminó hace diez mil años. Vestigios vivos de ese tiempo remoto en que se pobló el continente. Pero hoy, al subir la temperatura, los glaciares se contraen más rápido de lo que son capaces de distenderse. El animal se asfixia.

Frente a esta crisis política y ambiental, en Chile – lugar donde residen el 80% de los glaciares de Sudamérica– se vive un momento el suspenso. Y el suspenso es una sensación que se relaciona con la tensión y muchas veces con el miedo. En narrativa, es un recurso literario que nos engancha a los sucesos de una historia, y se genera creando una incertidumbre frente al desarrollo futuro. Lo curioso es que el suspenso puede sentirse incluso a través de historias en que conocemos el desenlace. Esto pasa generalmente con los niños. Cuando a pesar a oír la misma historia una y otra vez, sienten tal grado de inmersión en la ficción que la memoria se suspende, y la expectación es tan intensa como si fuese siempre la primera vez.

Usar el miedo como herramienta de enganche parece también útil y necesario en materia política. Así lo hace Greta Thunberg, por ejemplo. Quien nos llama a entrar en pánico nos incita a estar alerta. Probablemente, tal como lo hemos hecho desde el principio de los tiempos para defendernos de jaguares, bisontes, o cualquier tipo de depredador amenazante. La diferencia es que hoy la mayor amenaza proviene de las consecuencias de nuestra propia acción, y el suspenso actual emerge desde una tensión entre lo que hacemos y no queremos saber. Tal como en los niños, la memoria se suspende, pero en este caso, la paradoja aumenta. Quizás, al originarse la amenaza de manera interna, el miedo adquiere un cariz subterráneo que resiste a materializarse. El miedo se invisibiliza, y ya sabemos, que las amenazas más peligrosas son las con forma de neblina. Esas imposibles de localizar.

La temperatura aumenta, el agua escasea. Y así paulatinamente, parece volverse un elemento cada vez más abstracto con el cual incluso se puede especular en un mercado de futuros como el de Wall Street. Frente a esto, nuestro futuro no es incierto: sabemos que si el ritmo sigue tal cual nuestra vida entrará en jaque. Nuestra forma de suspenso entonces, surge en una tensión entre un desenlace trágico inminente y su olvido inmediato. Quizás esta es la forma de crear suspenso más sofisticada de todas; y lo lamentable es que no es una forma de ficción. La historia se sigue desarrollando, como si la película nos hubiera atrapado sin darnos cuenta, o sin que sospecha alguna acusara la trampa.

Por Ileana Elordi

fábrica

¿Qué modelo para Chile? Institucionalizando la transición ecológica

fábrica
Foto de Brina Blum en Unsplash

El proceso constituyente que se avecina en nuestro país no hubiera sido posible si no existiera un importante descontento con aquello que se ha denominado como “el modelo”. De manera paulatina, pero incesante, hemos visto durante los últimos años una serie de críticas provenientes de distintas veredas ideológicas, políticas y sectoriales sobre el agotamiento que estaría experimentando nuestro modelo de desarrollo. En ese marco, queremos proponer en estas líneas, una orientación distinta a la que hemos observado en la discusión pública hasta ahora.

En primer lugar, cabe identificar las posturas levantadas hasta ahora. Dentro del amplio espectro existente, nos parece relevante nombrar dos grupos que han dominado la discusión. En primer lugar, posicionamos a quienes mantienen una evaluación favorable al sistema económico vigente,  pero reconocen ciertos límites que este está experimentando hace algunas décadas; a este grupo lo identificamos como “neoliberales”. Esta postura señala la falta de apoyo al emprendimiento, la baja de productividad, una regulación laboral rígida y obsoleta y la ineficiente gestión estatal como las principales causas que explicarían este problema. Un rápido análisis de esta posición nos muestra que este grupo tendrá un rol limitado en proponer nuevas ideas en el proceso constituyente. De esta forma, respaldarán mantener el rol subsidiario del Estado, un modelo orientado a la exportación en sectores específicos (como la gran minería, agricultura, forestal y acuícola) a través de una política de apertura comercial creciente, privilegiando los grandes poderes internacionales y el crecimiento económico como medida principal de progreso.

En segundo lugar, se ubican aquellas propuestas que podríamos calificar de “neodesarrollistas”. Éstas se erigen desde una evaluación mucho más crítica del modelo de desarrollo, reconociendo sus evidentes límites, tales como la incapacidad de hacer frente a la desigualdad, la precarización del trabajo, una baja carga tributaria que impide la provisión de derechos sociales y la concentración de las rentas de los recursos naturales. En la misma línea, se reconocen los nocivos efectos que esta realidad tiene en la calidad de nuestra democracia, otorgando altísima influencia a los grupos económicos y desincentivando la participación.

Frente a estas dos posiciones, queremos plantear la necesidad de reconocer los límites y ausencia que han caracterizado a este debate. Desde nuestra postura consideramos que si nos quedamos en el área delimitada por estas visiones, perderemos una oportunidad única para iniciar una transformación socioeconómica fundamental. Creemos que esta discusión debe iniciarse desde el reconocimiento de la presente crisis climática y ecológica, cuya resolución es el desafío social y político esencial del siglo XXI. Dado que la economía es, finalmente, la forma en que organizamos nuestra relación con la naturaleza, creemos que debemos transformar el modelo desde la convicción de que estamos obligados a disminuir el tamaño de nuestro metabolismo social. Esto se traduce, en palabras simples, a decrecer el flujo de materiales y energía que nuestra economía requiere extraer desde los ecosistemas para mantenerse en funcionamiento.

Ahora bien, ¿cómo podemos lograr esto? La experiencia comparada nos da ideas, tales como el reconocimiento de la naturaleza como titular de derechos o el reconocimiento a la plurinacionalidad y los distintos lenguajes de valoración que esto conlleva. Sin embargo, queremos aprovechar este espacio para poner sobre la mesa posibles discusiones e instituciones que no han estado presentes en el debate hasta ahora. En primer lugar, creemos que nuestro pacto social no será efectivo si no iniciamos una intensa discusión sobre el destino de nuestras sociedades. Hoy nuestro texto constitucional reconoce como finalidad del Estado “la promoción del bien común” ¿Qué significa esto? ¿Entendemos el bienestar únicamente como el crecimiento del tamaño de nuestra economía? ¿No deberíamos avanzar hacia formas más complejas de evaluar la manera en que funciona nuestra sociedad individual y colectivamente? Creemos que este tipo de discusión puede llevarnos a diseñar mejores políticas públicas, que exijan el desarrollo y aplicación de indicadores que demuestren la complejidad de medir el bienestar. La experiencia neozelandesa es un caso interesante de explorar, así como también otros indicadores que han nacido de iniciativas no estatales, tales como la huella ecológica o el Genuine Progress Indicator, que incluso fue adoptado por el estado de Maryland, en Estados Unidos.

Por otra parte, consideramos que, por contraintuitivo que parezca, es perentorio reflexionar sobre el rol que la economía global tiene actualmente. Esto no significa apuntar a una visión ingenua que niegue el aumento en el acceso a bienes y servicios que ha permitido la inserción de nuestra economía en los flujos globales de comercio. Sin embargo, a pesar de esto, vemos que además de las consecuencias negativas identificadas por quienes designamos como “neodesarrollistas”, el impacto ambiental del modelo es sencillamente inaceptable y, lo que es peor, extremadamente riesgoso. ¿Qué significa esto en la práctica? Creemos que mediante el debate constitucional podemos establecer instituciones jurídicas que orienten la transición hacia economías sostenibles y resilientes, que se vinculen a robustecer una economía situada y contextualizada. Una idea a explorar es elevar a rango constitucional una mención explícita a la situación de crisis ecológica y climática, la cual podría identificarse mediante el concepto de “límites planetarios”, desarrollado por el Stockholm Environmental Institute. De esta forma, podemos comenzar a reorganizar nuestra economía de manera planificada y racional, fomentando trabajos con menor impacto ambiental, como la economía de los cuidados, la producción agroecológica de alimentos y la autosuficiencia energética, entre múltiples áreas.

Esperamos que con este tipo de reflexiones podamos iniciar un debate a la altura del desafío ambiental que estamos enfrentando. Hasta ahora las críticas al modelo han sido valiosas y diversas, pero no han ido al corazón del problema ecológico intrínseco de nuestra economía. Creemos que así como hemos llegado a la convicción de que en materia de pensiones le estamos fallando a la tercera edad, necesitamos alcanzar similares niveles de conciencia y movilización para trabajar por las generaciones futuras.

*Esta columna es una versión extendida de la publicada en Ladera Sur el 21 de enero de 2021

Por Pedro Glatz y Violeta Rabi

Aprendizajes colectivos en el Foro Latinoamericano de Decrecimiento

Captura de pantalla del 1er encuentro: “La Preparación del Suelo”.

El Foro Autoconvocado de Decrecimiento en Latinoamérica es un conjunto de encuentros que surgen como un llamado a encontrarnos desde distintos territorios de América Latina, para intercambiar ideas y experiencias en torno al concepto de decrecimiento. A la luz de los impactos socioecológicos asociados a la pandemia del covid-19, actualmente se hace más urgente que nunca repensar nuestras formas de cohabitar nuestro planeta en crisis y transitar hacia la co-creación de un nuevo modelo de sociedad. A esto se suma que dado este contexto, se ha evidenciado el hecho que desde las élites económicas y políticas el problema de la pandemia ha sido abordado desde una perspectiva puramente economicista. Perspectiva que incita a la constante amenaza de “reactivación económica”, la cual reproduce y profundiza la ideología del crecimiento económico infinito y por ende, sus impactos negativos en la vida de las personas.

Como antecedente a este Foro, se encuentra la circulación de la Carta Abierta “Decrecimiento: Nuevas Raíces para la Economía”, elaborada a mediados de 2020 por una Red Internacional de Activistas por el Decrecimiento y a la que adherimos como Centro de Análisis Socioambiental (CASA). Estas propuestas expresan la necesidad de: 1) Poner la vida al centro de nuestro sistema económico. 2) Reevaluar radicalmente cómo y qué trabajos son necesarios para una buena calidad de vida para todos 3 ) Organizar a la sociedad en torno a la provisión de mercancías y servicios esenciales 4) Democratizar la sociedad 5) Proponer sistemas políticos y económicos basados en el principio de la solidaridad.

De manera previa al inicio del Foro, también contamos con una breve exposición introductoria del economista ecuatoriano Alberto Acosta, con quien acordamos co-diseñar una metodología apropiada para la discusión de nuestro Foro. Finalmente, nos propusimos realizar un ciclo de 6 encuentros autoconvocados entre julio y diciembre de 2020, los cuales se basaron en las distintas fases de la agricultura: la preparación del suelo, la siembra, el crecimiento de la planta, la floración, el crecimiento del fruto y finalmente la cosecha.

En cada uno de estos encuentros, se generó una instancia de conversación y participación en plenaria de pequeños grupos, fomentando la escucha y el diálogo. Es así, como durante 6 meses, participamos del proceso alrededor de 20 personas, provenientes principalmente de organizaciones sociales, organismos no gubernamentales, universidades y centros de formación con presencia principalmente en México, Chile, Argentina y Brasil.

Durante la 5ta sesión “El Crecimiento del Fruto”, hubo un momento culmine tras adquirir la metáfora ancestral de —el tejido— con el fin de construir una metodología de aprendizaje. Así, en una serie de rondas de conversación compartimos nuestro “saber” (entendido éste como la información que podemos enseñar y poner al servicio delos demás), incluyendo en cada nueva ronda lo que habíamos aprendido de l@s asistentes de la ronda anterior. De este modo, fuimos trenzando aprendizajes en torno a distintos ámbitos (feminismo, economía, biodiversidad, alimentación, educación, entre otros) y la acción de “enhebrar” e intercambiar conocimiento se convirtió en una experiencia enriquecedora y conmovedora para l@s participantes.

Mapa conceptual del segundo encuentro: “La Siembra”.

Como conclusión de los 6 encuentros, logramos profundizar las premisas de la Carta Abierta Internacional desde nuestra experiencia como latinoamerican@s. Aparecieron premisas fundamentales co-construidas a partir de mapas conceptuales donde recogimos nuestros principios, iniciativas y perspectivas en común, tales como la diversidad de éticas, la soberanía alimentaria, la autonomía, la austeridad, la simplicidad voluntaria, la democracia y el respeto de los límites ecosistémicos.

Dentro de estas premisas o principios las más importantes a destacar son:

– El Principio de Proporcionalidad, el cual propone disminuir las presiones excesivas sobre territorios y/o personas, al seguir el concepto de “desarrollo a escala humana”. (Por ejemplo, no cultivar paltas en zonas desérticas).

– El Principio de Reciprocidad, es decir, reconocer el entralazamiento entre los otros seres vivientes y reemplazarlo por las relaciones actuales de explotación. (Por ejemplo: no cosechar la tierra sin hacer una posterior devolución). Cabe mencionar, que la reciprocidad es principio de varias instituciones no modernas como la minka.

– El Principio de Suficiencia Radical o Abundancia Radical, es decir, abandoner la idea que el crecimiento económico ilimitado se sustenta en un principio de escasez, y comprender que la escasez es producida precisamente a través de esta concepción junto a la sobreprivatización que constantemente impide el acceso público a bienes comunes. (Aparte: la abundancia del decrecimiento no se plantea en términos privados, “todos tendremos yates”, sino en la abundancia de lo común a la manera de las bibliotecas públicas).

Es así como en un contexto de respeto, confianza y valoración mutua, l@s participantes de distintos actores y territorios compartimos reflexiones, inquietudes y propuestas en torno a los factores implicados en el colapso civilizatorio y los fenómenos emergentes.

Esta puesta en común generó conexiones y resonancias que nutrieron las inspiraciones y experiencias de tod@s quienes pasamos por este espacio-foro, ampliando nuestros horizontes y perspectivas de lo posible.

Por ahora, el foro está en receso y nos volveremos a reunir en marzo de 2021 para decidir, siempre en conjunto, qué tipo de conversaciones y colaboraciones queremos seguir articulando.

¡Bienvenid@s sean!

Equipo de CASA

¡A nutrir nuestra nueva Constitución!

Imagen: elespanol.com

El debate por una nueva Constitución ha puesto sobre la mesa una serie de demandas sociales que buscan garantizar el pleno goce y ejercicio de Derechos Fundamentales para una vida digna en Chile. Sin embargo, un gran ausente ha permanecido fuera de la discusión hasta ahora: el Derecho a la Alimentación. ¿Por qué nuestra alimentación debe ser considerada como un derecho social de cara al proceso constituyente?

Bajo el eslogan de “potencia agroalimentaria”, nuestro país se ha posicionado en las últimas décadas cómo un alumno aventajado en la región, basándose en un modelo agroindustrial altamente concentrado y con foco en la importación y exportación de commodities. Pese a los supuestos beneficios del crecimiento económico, las políticas adoptadas por el Estado desde los años ‘80 a la fecha han llevado a propiciar un sistema alimentario ambientalmente destructivo, financieramente volátil y socialmente injusto, que no ha logrado cumplir con su principal objetivo: brindarnos una alimentación que nos permita vivir plenamente.

Este modelo agroexportador ha provocado el desastre ecológico de diversos ecosistemas y ha traído consigo escasez hídrica, erosión de los suelos, pérdida de biodiversidad y de recursos genéticos, y alteración de ciclos biogeoquímicos. A pesar de ello y del llamado global a impulsar un modelo agroecológico sostenible, el Ministerio de Agricultura continúa promoviendo iniciativas agroexportadoras y extractivistas como el caso de la “Granja China” ubicada -paradójicamente- en la comuna agroecológica de San Nicolás (Región del Ñuble). Este tipo de proyectos continúan socavando nuestra soberanía alimentaria y el derecho a la tierra de los jóvenes rurales que intentan abrirse paso en un mercado que sólo beneficia a grandes industrias.

La agricultura familiar campesina provee casi tres cuartas partes del suministro de frutas y verduras que se consumen en Chile, y a través de saberes ancestrales protege la resiliencia de los ecosistemas y nuestro patrimonio biocultural. Sin embargo e injustamente, enfrenta enormes dificultades para poder acceder a los mercados formales de comercialización y no cuenta con los recursos, la información ni la tecnología suficientes para su producción. Los campesinos y campesinas son empujados institucionalmente hacia un modelo convencional de monocultivos destinados a la exportación y son perjudicados por intermediarios abusivos con cargos excesivos y asimetrías de poder con la agroindustria.

Pero los problemas no radican solo en la producción de alimentos. Previo a la pandemia del COVID-19, al menos 2,5 millones de chilenas y chilenos no contaban con acceso suficiente a alimentos saludables de manera regular, y cerca de un 27% de la población no disponía de la capacidad económica para comprar una canasta de alimentos saludables. Sin duda, esto se ha agravado aún más a causa de la pandemia. Para acceder a alimentos, la mayor parte de las familias chilenas se endeudan con bancos, casas comerciales o grandes cadenas de supermercados, y el mayor gasto se concentra en productos ultraprocesados, de amplia disponibilidad y bajos precios, pero de bajo valor nutricional y alto impacto ambiental. Chile es el país con mayor prevalencia al sobrepeso y la obesidad de la OCDE (74%), y esta cifra se acentúa crecientemente en los sectores más vulnerables, en la población rural y en las mujeres.

Actualmente, nuestra carta fundamental no incluye de manera explícita el Derecho a la Alimentación saludable y sostenible, colocándola al arbitrio de las reglas e incertidumbres del mercado global. Pero la alimentación no es un problema ni una responsabilidad individual, sino que es un asunto político y colectivo, en tanto sus causas y consecuencias superan cualquier decisión individual.

Creemos que es urgente la organización y sinergia de todas las ciudadanas y ciudadanos que desde diferentes territorios y saberes trabajamos en pos una alimentación nutritiva y saludable, producida y distribuida de manera equitativa y sostenible. El debate por una nueva Constitución abre una oportunidad enorme y un desafío para imaginarnos un sistema alimentario diferente, sostenible y justo. Es momento de crear una fuerza política transformadora que ponga en el debate público la necesidad de comenzar a producir y comer alimentos reales y no mercancías. Comer es hacer política ¡nutramos nuestra nueva Constitución!

Por Camilo Corvalán y Mariana Calcagni

Vivir y resistir en una Zona de Sacrificio

Foto de Fundación Terram

En las comunas chilenas de Puchuncaví y Quintero, el medio ambiente y la salud de la población local han sido por años afectados debido a la presencia de un complejo industrial altamente contaminante. Hoy la comunidad, desde distintos ámbitos se organiza para detener la contaminación.

En Chile, en la provincia de Valparaíso, dentro de las comunas de Puchuncaví y Quintero, se encuentra el Complejo Industrial Ventanas. En él, operan termoeléctricas de carbón y fundidoras. Sus operaciones, que iniciaron hace poco más de seis décadas, han contaminado suelo, aire y mar, impactando la industria agrícola y pesquera local y el
turismo.

La población local, no sólo está siendo afectada por el devenir económico de este impacto, sino también su salud se ha visto perjudicada. Desde hace años padecen enfermedades respiratorias y cardiovasculares, cáncer y están sujetas a frecuentes intoxicaciones.

Chile es uno de los países en la región más afectado por el Covid-19, registrando más de 410 mil contagios. Sin embargo, desde el inicio de la pandemia, las industrias en el Complejo Ventanas han continuado sus operaciones, causando aún mayor temor en los habitantes de que se presente una intoxicación masiva y de que el virus tenga una mayor mortalidad en aquellos que padecen antecedentes clínicos ocasionados por el entorno contaminado.

Zona de Sacrificio Ventanas

Según el informe​ Matriz eléctrica y generación a carbón en Chile ​ , ​ elaborado por la iniciativa ciudadana ‘Chile Sustentable’, Las termoeléctricas de carbón que operan en en el país generan el 91% de las emisiones totales de CO2, el 88% de las emisiones totales de material particulado (MP); el 97% de las emisiones totales de dióxido de azufre; y el 91% de las emisiones totales de óxidos de nitrógeno.

En las comunas costeras de Quintero y Puchuncaví operan en la actualidad más de 15 industrias entre las que destacan empresas químicas, cementeras, de combustibles y energéticas. De ellas, Codelco con su fundición y refinería de cobre concentrado, y AES Gener con su termoeléctrica de carbón, son las empresas que más cantidad de Dióxido de azufre (SO2) emiten. En 2017, Codelco era responsable del 29.51% de las emisiones y AES Gener del 65.67%. Ante ello un análisis publicado por el Observatorio de Sostenibilidad de Chile en 2018, apunta que “por tanto, son las que mayores controles deberían asumir respecto a dichas emisiones.”

Por ello, la región ha sido denominada ‘Zona de sacrificio’, término que la sociedad civil chilena ha designado a aquellas regiones en la que el medio ambiente está siendo perpetuamente contaminado por las industrias que en él operan, afectando distintos sectores económicos locales y al bienestar de la población.

El sacrificio económico

Hernán Ramírez, investigador de la Fundación Terram, una ONG local dedicada a la problemática medioambiental, señala a la agricultura, la pesca y el turismo como los tres principales sectores económicos impactados por la contaminación generada por las industrias.

Explica que una de las razones por la que el sector pesquero ha sido afectado, se debe a que “las termoeléctricas de Ventanas succionan 80 mil litros cúbicos de agua cada hora” y explica que esta succión arrastra plancton y fitoplancton, la cual “genera una mortandad importante en estos organismos en la primera etapa de vida”.

Carlos Vera, actual tesorero del Sindicato de Pescadores de Ventanas, explica otro de los factores que ha devastado el sector en el que trabaja: la disminución de recursos marinos en la zona. Lo atribuye a dos factores: “el primero, la preferencia de uso portuario que se les dio [a las empresas] en la bahía, sin considerar la existencia de un gran número de caletas pesqueras; y el segundo, es por un factor ambiental: los residuos que estas industrias han estado tirando durante años, sin ningún tipo de de normativas y tribunales ambientales que lo regulen”

Hernán Ramírez también apunta que “En los últimos años han habido al menos 5 derrames [de petróleo, en la bahía], que afecta la actividad pesquera por el impacto sobre los organismos vivos y las ventas en la bahía. Obviamente la gente prefiere no consumir la pesca local por las concentraciones de contaminantes que tiene el producto.”

Así como la pesca, el sector agrícola ha sufrido las consecuencias. Ramírez afirma que la agricultura ha prácticamente desaparecido en el territorio “principalmente por el efecto del dióxido de azufre producto de las emisiones al encontrarse con la humedad propia del borde costero genera ácido sulfúrico, que afecta la productividad de los suelos.”

Los pozos de agua dulce están contaminados. El Ministerio de Agricultura declaró ya en el 1994 al área circundante al Complejo Industrial de Ventanas, una Zona Saturada por Anhídrido Sulfuroso y Material Particulado. Katta Alonso, presidenta de la organización local Mujeres de Zona de Sacrificio en Resistencia (MUZOSARE), explica que dichos pozos contienen “aluminio, arsénico y plomo, y la recomendación es de que esos pozos se cierren. Ni siquiera sirven para regar” y agrega que “las hortalizas, todo lo que se pueda plantar, también sale contaminado, no hay nada que no esté contaminado.”

El tercer sector afectado es el turismo. Por un lado, la llegada de turistas bajó drásticamente después de los derrames petroleros. Hernán explica que “hoy en día todavía existe turismo, sin embargo, las personas con mejor situación económica obviamente prefieren ir a otras zonas y no en esta zona industrial, en donde existe un riesgo evidente a que ocurra algún incidente.”

Foto de Diego Arahuetés

El sacrificio sanitario

Las intoxicaciones masivas son recurrentes en la región. La más crítica hasta el momento ha sido la de 2018. A mediados de agosto de aquel año, más de 1700 personas se intoxicaron debido a gases emitidos desde el complejo industrial.

Los primeros casos se presentaron en escuelas “Los primeros intoxicados fueron de entre 10 y 18 años. Los síntomas: encefálica, adormecimiento de las manos, pies, vómitos y desmayos”. Cuenta María Araya, presidenta del Consejo Consultivo del Hospital Adriana Cousiño de Quintero y cuenta que en aquel episodio “todos los afectados fueron al hospital de Quintero. Fue un caos. El hospital no cuenta con una red de oxígeno por tubos, niños siendo trasladados, gente protestando en la calle, fue terrible, había que tener mucho coraje para estar ahí”.

En el contexto actual, en el que el Covid19 impacta a las comunidades y su forma de vida, las poblaciones de Quintero y Puchuncaví viven en un doble riesgo “En esta época hay menos viento, en agosto, y tenemos miedo de otro episodio de estos.” explica María Araya, y continúa: “con esta pandemia tenemos el riesgo doble, porque el Covid19 afecta directamente a lo respiratorio, y resulta que hay síntomas del Covid19 que son iguales a los de las intoxicaciones.”

El hospital de Quintero, como Araya, explica que “es de baja complejidad, y es una instalación básica, no contamos con redes de oxígeno o respiradores.” Codelco, la segunda empresa más contaminante en la región, presentó un plan de apoyo en el que se comprometió a donar un PCR y equipo médico al hospital de Quintero. Si bien los apoyos son más que bienvenidos, Araya no olvida la responsabilidad que las industrias tienen en la salud de la población: Tuvimos que tener la valentía de agachar la cabeza y pedir apoyo las mismas empresas que nos contaminan”

Las intoxicaciones no son el único impacto en la salud de la población que la contaminación ocasiona “1 de cada 4 niños en Puchuncaví está naciendo con problemas graves: malformaciones congénitas, problemas neurológicos graves, incluso IQ bajo y mucha dificultad de aprendizaje.” explica Katta Alonso de Mujeres de Zona de Sacrificio.

Una investigación publicada en 2019, elaborada por seis laboratorios y universidades de Chile, Rusia y EUA, concluyó que “El riesgo carcinogénico debido a la exposición al arsénico está por encima del valor umbral de 10−04 en la población de niños pequeños (1 a 5 años) en el 27% de los estudios.” y determina que “Estos valores se clasifican como inaceptables, y requieren una intervención por parte del gobierno chileno.”

En cuanto a la población adulta, las enfermedades respiratorias, cardiovasculares y cáncer son desde hace años la normalidad. Al respecto Katta Alonso cuenta que “la gente mayor se nos muere toda de cáncer, porque es así, está como naturalizado”.

Para atender los problemas sanitarios, Hernán Ramírez sugiere que “las autoridades sanitarias creen programas para tener especialistas en cáncer, enfermedades respiratorias y cardiovasculares en los servicios de salud.” Hernán y el análisis del Observatorio de Sostenibilidad, apunta que “El Estado y las empresas deberán reparar el daño ocasionado, asumiendo una inversión social real en los territorios, por ejemplo, con una Clínica con especialización en daños ambientales en la salud.”

Respecto a las intoxicaciones de 2018, la Corte Suprema acogió una serie de recursos de protección en favor de los afectados por la emergencia ambiental y con responsabilidad en diversas empresas que contaminan en este sector de la Región de Valparaíso y se ordenaron 15 medidas inmediatas. Pero poco se ha hecho, dos años después de los hechos, el domingo 23 de agosto, afectados y miembros de las comunidades, se dieron cita en Quintero, para protestar y exigir respuestas del Estado y empresas pues según afirma Araya: “De la intoxicación las autoridades no se han hecho responsables, se hicieron muchas promesas, vino hasta el presidente y no se ha cumplido nada.”

Nielze, ingeniero ambiental e integrante del CRAS (Consejo para la Recuperación Ambiental y Social de Quintero Puchuncaví), ve de manera positiva que “hoy día , a diferencia de otros años, la comunidad ha sacado las garras. Después de la intoxicación de 2018 algo cambió, la sociedad civil empezó a remar.”

Foto de Mujeres Zona de Sacrificio

Remando en la Bahía

Diversas organizaciones han surgido de la sociedad civil para intentar frenar la contaminación a la que por décadas han estado sujetos. Desde diversos ámbitos, que van desde lo social a lo científico y político, han logrado ejercer una notable presión a las autoridades. Y sus victorias están latentes. Una de las más importantes fue en el 2018, cuando la Corte Suprema falló a favor de organizaciones sociales y ciudadanía en contra de las empresas y Estado -a raíz de un conjunto de intoxicaciones masivas-, reconociendo la vulneración sistemática de Derechos Humanos a la que se ve sometida la población de este territorio.

El fallo impulsó las reivindicaciones y demandas para acabar con la situación que se vive en las comunidades próximas al complejo industrial. Y han emergido diversas propuestas que ofrecen una solución a este conflicto.

Por un lado, Fundación Terram ve necesaria la creación de una nueva normativa, más exigente que la actual con respecto a los estándares ambientales. Respecto a ello, Hernán explica que “Chile tiene una normativa con estándares bastante bajos (en comparación con la recomendada por la OMS), por lo que una de las prioridades es mejorar esa normativa tanto en normas de calidad de aire como de emisión”.

Por otro lado, la urgencia de cerrar las termoeléctricas a carbón como parte de un proyecto de descarbonización que, en septiembre de 2018, el presidente de Chile Sebastián Piñera presentó en la Asamblea General de las Naciones Unidas. “En el mes de agosto se aprobó en el Parlamento que tienen que cerrar todas las termoeléctricas de carbón en 2025”, explicó Katta Alonso. Y además, el cierre de la fundición de CODELCO, que según Nilze Cortés, “cada vez que hay pico de contaminación es culpable” y además que, “si cierra la fundación se saldría inmediatamente de la zona de contaminación atmosférica”.

Todos coinciden en la importancia de reducir a la mínima expresión las emisiones de contaminantes a la vez que se debe fiscalizar individualmente a cada empresa para conocer sus emisiones. Durante la actual pandemia de covid-19, Mujeres en Zona de Sacrificio junto con otras organizaciones socioambientales han exigido a las autoridades que se pare el funcionamiento del complejo industrial. La situación sanitaria en la que ya viven los habitantes de este territorio, a causa de los impactos de las industrias, puede llegar a ser aún más crítica si aumentan los contagios de coronavirus.

Por otra parte, la comunidad lleva años exigiendo, a través de diferentes consultas ciudadanas y petitorios, que las empresas tributen en Quintero y Puchuncaví en vez de en barrios de Santiago como las Condes.

Un punto fundamental es el cómo se va a plantear la recuperación socioambiental cuando dejen de existir estas empresas. “Lo que queremos es recuperar nuestros territorios y creo que todos estamos dispuestos a limpiar, así nos tome 10 años”, comenta Katta.

Según Efrén Legaspi, vecino e integrante del movimiento Salvemos Quirilluca, “la recuperación socioambiental pasa primero, por no seguir destruyendo los territorios y segundo, poner en valor los recursos naturales es decir, la protección legal de los espacios no degradados, así como las acciones en torno a esa protección: el turismo sustentable, el emprendimiento local y la educación ambiental”.

En octubre del año pasado, se originó el llamado “despertar chileno”, movilización social que salió a las calles demandando un cambio al modelo económico neoliberal que ha regido a Chile desde la dictadura. Hoy impulsa y da aliento a la resistencia de Puchuncaví y Quintero, cuyas demandas y organización tienen décadas de trayectoria. Demandas que hoy, ante la emergencia sanitaria y ambiental, son más que nunca necesarias de ser atendidas.

Por Diego Arahuetes y Pau González

La lucha por una Constitución Ecológica

A medida que se acerca el plebiscito del 25 de Octubre, la campaña por el Apruebo toma fuerza y la población chilena se apresta a sufragar con un alto nivel de optimismo sobre el futuro de nuestro país, a pesar de la situación de pandemia. En este marco, comienzan lentamente a surgir los debates acerca del contenido de nuestro futuro acuerdo social, que tomará forma en una nueva Constitución. Este debate se dará en contexto nacional y global de crisis climática y ecológica, expresado en múltiples dimensiones. Entre ellas cabe mencionar que nuestro país es uno de los 17 estados con mayor riesgo hídrico a nivel global, entre muchas otras dimensiones de esta complejo situación. Esto fundamenta la propuesta de que Nuestra nueva constitución debe ser Ecológica.

¿En qué consiste una Constitución Ecológica? En primer lugar, es un pacto social que busca construir una nueva relación entre la sociedad y la naturaleza. Día a día somos testigos de la devastación ambiental, que ya no es una amenaza futura, sino que una triste realidad presente. Frente a ella debemos luchar para detenerla lo antes posible, así como también comenzar una intensa preparación para hacer frente a los efectos que lamentablemente ya no podremos evitar. Hoy nos relacionamos con la naturaleza como algo ajeno a nosotros, cuando en realidad somos parte de ella, y la presente pandemia es el ejemplo más claro de esto. Es así como nos centramos en resolver los efectos de ella y no atacamos sus causas, el incesante avance de las fronteras de la explotación de los recursos naturales. En segundo lugar, una visión ecológica debe garantizar la urgencia con la que la sociedad comenzará a realizar la transición hacia un modelo económico sustentable. ¿Podemos proponer un modelo económico que tenga por indicador de éxito el crecimiento sin límites en un planeta finito? Asimismo, este proceso debe considerar los efectos negativos que este cambio puede tener en la condiciones de vida de las personas, garantizando la realización de una transición justa, que no haga cargar sobre los hombros de los trabajadores y las comunidades el impacto de las consecuencias negativas transitorias. No preveer esta realidad y trabajar para subsanarla, tendrá un efecto negativo en las condiciones de vida de las personas. Finalmente, dentro de los principios debe establecerse de forma clara la preocupación por nuestros descendientes que no pueden heredar un planeta devastado. Por ello, debemos consagrar el principio de justicia intergeneracional.

Ahora bien, ¿en qué afectará el cambio constitucional ecológico a la vida de las personas a lo largo del territorio nacional? La respuesta es: en muchísimo, en especial en la disputa por el poder y la autonomía de las regiones. Debemos potenciar la descentralización de las decisiones sobre los bienes comunes. Actualmente, las decisiones sobre la administración de paisajes y ecosistemas se decide en las cupulas de Santiago, totalmente alejadas de los conflictos sociambientales que viven los habitantes de otras regiones del pais. Una constitución ecológica generaría la oportunidad de que cada región tenga autonomía para tomar decisiones que cuiden su entorno. ¿Cuán distinta hubiera sido la prevención y resolución de la crisis del agua contaminada en Osorno, si la Constitución estableciera facultades y financiamiento suficiente a los Gobiernos Locales? ¿Cuánto más rápida sería la solución a la contaminación atmosférica que aqueja a las ciudades del sur del país?

Estas son sólo algunas razones por las que una Constitución Ecológica es urgente y necesaria. El desafío hoy es empezar a llenarla de contenido, para lo cual debemos contar con una amplia conversación y debate con participación ciudadana de todos los rincones del país. La justicia social, es justicia ecológica. Consolidar esa convicción en el pueblo chileno será uno de los criterios esenciales para evaluar el éxito del proceso constituyente.

Por Pedro Glatz

Racismo, colonialismo y crisis socioambiental en Wallmapu

Claves para entender el despojo

En relación a los recientes e inaceptables ataques racistas a las y los hermanxs Mapuche, nos parece importante recordar que las raíces de nuestra crisis socioambiental están íntimamente relacionadas con las prácticas de colonialismo y racismo. En esta columna articulamos cómo se entrelazan estas distintas dimensiones.

A día de hoy, son los pueblos originarios de toda América los que habitan territorios con mayores niveles de degradación ambiental. Las políticas de expolio y las historias de desposesión desde el período colonial hasta nuestros días han sostenido de forma sistemática la pérdida de control territorial y la destrucción de los medios de vida de los pueblos (Castillo, 2018).

La crisis socioecológica en la que estamos inmersos, manifiesta en el cambio climático, la desertificación, la pérdida de biodiversidad, las zonas de sacrificio y el manejo economicista de la pandemia causada por el Covid-19, es alimentada y potenciada por la imposición global del crecimiento económico sostenido externalizando los altísimos costos ecosistémicos, humanos y no humanos que apareja la industria extractiva y el mercado de commodities en el mundo. Las élites que concentran las riquezas y la ventajas de este paradigma parecen ciegas e indolentes a las consecuencias de sus decisiones sobre los habitantes y territorios del sur global; sobre todo, al dolor y al sufrimiento. Como una manada violatoria, los defensores del modelo capitalista, colonialista y patriarcal parecen decirle a los pueblos indígenas que ellos son los culpables de este dolor, que se lo merecen por no dejarse someter, que no se resistan y que si lo hacen, serán castigados.

Pero esta idea de los cuerpos y territorios que “se lo han buscado” es un mito que sólo protege a los violadores. En Chile, un 30,2% de las personas pertenecientes a pueblos indígenas viven bajo condiciones de pobreza multidimensional, mientras que esto se reduce al 19,7% para personas no indígenas” (MIDESO, Encuesta CASEN 2017; MIDESO, 2018). Esta situación no es casual, y responde a políticas sistemáticas de despojo y empobrecimiento por parte del Estado de Chile para con las poblaciones indígenas, y en particular mapuche: es una “pobreza obligada, en la que el Estado tuvo la total responsabilidad” (Bengoa 2012 en Andrade, 2019). Sin tocar la herencia de la Dictadura, desde fines del siglo XX hasta hoy los gobiernos no han parado de subvencionar monocultivos forestales de pinos y eucaliptos, en perjuicio los pequeños y medianos sistemas agrícolas locales y de los ecosistemas nativos.

La constante degradación ambiental de Wallmapu a raíz de la usurpación de sus tierras (reconocidas no sólo por su uso tradicional sino por títulos de merced, previos a la expansión del Estado chileno) y la consecuente puesta en marcha de vertederos, monocultivos, exploraciones mineras, expansión urbana, megarepresas y megaproyectos en general, han obligado a la población mapuche a migrar a las periferias de las ciudades y han precarizado sus cuerpos y sus vidas. Esto es el racismo ambiental: la destrucción de los territorios de un pueblo en beneficio de otro pueblo. El racismo es también ambiental cada vez que reproduce las desigualdades socioeconómicas y expone a las poblaciones indígenas y a sus territorios ancestrales a las más graves degradaciones ambientales provenientes del extractivismo industrial. El desastre biocultural del racismo ambiental ha dejado daños persistentes: sequía, pérdida de suelo y de ecosistemas, desplazamientos, destruyendo los territorios ancestrales mapuche y relegándolos a actividades de subsistencia. Diversas organizaciones mapuche han denunciado insistentemente a nivel nacional y ante organismos internacionales estas prácticas de racismo ambiental. Por ejemplo, el año 2007, el Estado de Chile fue denunciado por incumplimiento de la Convención Internacional sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial. Entre otras cosas, las comunidades señalaban la instalación de basurales y plantas de tratamiento de aguas servidas en sus territorios.

Chile es un Estado racista y hegemonizante, construido sobre prácticas de invasión, invisibilización y vulneración de los derechos de los pueblos y los territorios que conforman el Wallmapu. El estado chileno se fundó en la conquista genocida del pueblo Mapuche, y ha insistido en borrar su existencia. Llamar “Pacificación de la Araucanía” a la anexión forzosa de este territorio; proteger y subsidiar la usurpación y explotación del territorio; encarcelar sin respetar el derecho al debido proceso; realizar burdos montajes y hablar del “conflicto mapuche” como si la culpa fuera suya, son evidencias de este racismo y violencia estructural.

La racialización de pueblos indígenas en Chile y en el mundo construye estereotipos, imaginarios y relatos colectivos destinados a justificar el sometimiento. Lo indígena como sinónimo de salvaje, incapaz, flojo, inferior, inculto, pobre y violento, configura un “otro” reforzado por todos los medios de socialización occidental, desde las escuelas (v.g., Sergio Villalobos y su Historia de Chile) a las políticas públicas y los medios de comunicación. Estos discursos justifican las políticas asistencialistas, por una parte, y la intervención violenta de los territorios para fines productivos por otra, ambas orientadas a la inclusión forzosa de “lo indígena” en el consenso hegemónico, sin tocar las condiciones de desigualdad y discriminación estructural.

Tomar en serio la crisis socioambiental significa también incorporar las luchas por justicia social y ambiental, y soberanía territorial, así como respetar las cosmovisiones ancestrales que tienen a la base una relación armónica y de cuidado con la Naturaleza y modos comunitarios de organización social que superan la visión extractivista e individualista del modelo que impone el Estado chileno actualmente. En todo el mundo las comunidades indígenas han pagado el mayor precio por la destrucción de sus ecosistemas, que no sería posible sin la violencia política de la que son cómplices los Estados. Por todo esto, es fundamental no perder de vista las múltiples expresiones del racismo como estructura de opresión; ni olvidar este elemento cuando discutimos las crisis socioambientales.

Gabriela Cabaña, Mariana Calcagni, María Paz Aedo y Diego Arahuetes

Centro de Análisis Socioambiental

Referencias:

Andrade, M. (2019) La lucha por el territorio mapuche en Chile: una cuestión de pobreza y medio ambiente. Inégalités environnementales dans les Amériques, 225. Restacado el 04 de agosto, 2020 de https://journals.openedition.org/orda/5132#tocto1n3

Bengoa, J. (2012). “La agricultura y la población mapuche”. En Bengoa, José (ed.). Mapuche. Procesos, políticas y culturas en el Chile del Bicentenario. Santiago de Chile: Catalonia, 75-111.

Castillo, M.. (2018). Pueblo Mapuche y sufrimiento ambiental en el caso de Boyeco. La dimensión socioecológica de la desigualdad en Chile contemporáneo.. Revista Antropologías del Sur, Año 5 N°9, Págs. 29 – 43.

MIDESO (2018). Informe de Desarrollo Social 2018. Ministerio de Desarrollo Social, Gobierno de Chile. Rescatado el 04 de agosto, 2020 de http://www.desarrollosocialyfamilia.gob.cl/storage/docs/Informe_de_Desarrollo_Social_2018.pdf

MIDESO (2017). Encuesta CASEN 2017. Rescatado el 04 de agosto, 2020 de http://observatorio.ministeriodesarrollosocial.gob.cl/casen-multidimensional/casen/casen_2017.php

CASAS – Colectivo de investigación-activismo en estudios agrícolas desde el Sur

Ser una red solidaria de académicos del Sur Global dentro de la tradición de los estudios agrarios críticos. Ese es el objetivo del colectivo CASAS – Colective of Agrarian Scholar-Activists from the South. En su Manifiesto, reconocen la necesidad de trascender formas coloniales de producción de conocimiento y se comprometen con la justicia social y ambiental, poniendo el cuidado mutuo y la solidaridad al centro de su quehacer.

Daniela Manusevich, integrante de nuestro Centro, partipa de este colectivo. Puedes leer su contribución Essential work but not essential workers? parte de una serie de ensayos en torno al covid-19 que traen perspectivas de Asia, África y Latinoamérica